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Crítica La estética del crimen

  • Eder A. Mariscal
  • 15 abr 2017
  • 3 Min. de lectura

Cuando me enteré de que existía esta obra, la verdad no me llamaba la atención. A pesar de que el nombre es bastante atractivo y se ve que detrás de la identidad gráfica hubo un buen fotógrafo y un buen diseñador, creo que le falta un poco de originalidad.

En el poco tiempo en el que me he visto más involucrado con el mundo del teatro, noto que la mayoría de las puestas del tipo comercial tienden a usar el mismo estilo en sus promocionales: una fila recta y sencilla de actores de entre los cuales sobresalen dos o tres medio famosos. Pienso que se preocupan más por vender los rostros de sus actores que el concepto en sí. Y a veces ni siquiera se preocupan por crear un concepto acorde a la temática de la puesta, cosa que a mi parecer se convierte en un autogol, pues en muchos casos las obras son buenas, pero nadie las va a ver porque sus promocionales dan la apariencia de que lo que se verá es algo completamente distinto o que tiene una pésima calidad. Es decir, no sólo importa que el producto sea bueno, también requiere un muy bonito empaque donde de manera fácil y objetiva describas lo que se obtendrá al consumirlo. Tan es así, que en muchos casos resulta al revés; hay productos pésimos que se venden por montones sólo porque su empaque está muy bien desarrollado.

En el caso de “La estética del crimen”, me parece que cae un poco en ese último punto. La gente irá porque los promocionales prometen que pasarás un muy buen rato riendo. Pero el producto no te brinda esos resultados al momento de probarlo.

Los textos de esta obra son bastante simples, sin complejidad alguna en la manera de generar risas. Las pocas carcajadas son producidas por los típicos arquetipos ya muy utilizados, del muy choteado gay amanerado y la mujer imprudente con tintes de locura. No significa que no esté bien utilizar este tipo de recursos, pero creo que es más atractivo cuando se le inyecta una ligera variante o algo mínimamente nuevo que le dé un toque extra a estos personajes.

Carlos Rangel no ofrece nada nuevo; es su ya famoso personaje Manigüis, pero sin la peluca. Misma voz, mismos ademanes, mismo tipo de comedia. En fin, cumple con hacer reír a la gente, pero sin aportar nada nuevo.

Montserrat Marañón quizá sea lo más rescatable de esta obra. La simpleza del personaje a veces recuerda a su papel de Betzabé, en “María de todos los Ángeles”. Sin embargo, es bastante disfrutable, aunque se queda corta, pues la dinámica de sus textos no le permite lucirse mas que en escasos momentos.

El resto del elenco no está mal, pero se abusa de los esterotipos que ya hemos visto mil veces.

Lo que sí es muy lamentable es que casi todo el primer Acto resulta un poco aburrido, ya que los textos son bobos. Varias personas bostezando, algunos mirando el celular y pocos riendo. Las cosas mejoran cuando los actores comienzan a interactuar con el público, pero es triste que las risas sean en su mayoría por chistes asociados a la apariencia o comentarios emitidos por los espectadores, y más cuando esta dinámica se prolonga hasta finales del segundo Acto, por lo que la obra se convierte más en un ejercicio de buena improvisación por parte de los actores y no una buena interpretación como se esperaba.

Al final, la puesta deja un sabor de boca bastante malo. La idea de que el público decida el final es buena, pero no si el final es obvio y fácil.

Conclusión: Se espera mucho más de una obra con una escenografía tan bien hecha y un elenco de actores con experiencia. Si se pretende pasar una tarde muriendo de risa con una buena comedia, esto no es la opción.


 
 
 

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